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Los Titanes y el Terror.
Parte 2 de 5.

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Los he visto a los ojos, y en sus ojos no hay emociones; en sus ojos no hay miedo, pues ellos ya aceptaron lo que son. Son los que han estado dispuestos a eliminar a cualquiera que se les enfrenta sin remordimiento alguno. Me aterra solo pensar que a estos titanes nos enfrentamos, y ese terror me atrae insaciablemente

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Alonso I. Rodríguez de la Parra, explorador y documentalista.

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Visitando a uno de los titanes

El miedo es un sentimiento sumamente poderoso, capaz de paralizarte pero también capaz de impulsarte a hacer lo que creías imposible. Es capaz de confundirte pero también capaz de guiarte cuando ya no encuentras ninguna otra opción. ¿Cómo podemos saber cuándo actuar dependiendo de lo que nuestro cuerpo nos dice? ¿Cómo sabemos si paralizarnos o cómo sabemos cuándo actuar? Creo que todo esto depende de la certeza que tenemos sobre el objetivo que queremos alcanzar y las ganas que realmente nos dominan para lograr finalizar esas metas que nos planteamos. Creo que el miedo puede moldearse a nuestra conveniencia si nos atrevemos a conocerlo y sentirlo en su máximo esplendor. Aquel que nunca ha sentido miedo posiblemente sea un cobarde, porque antes de experimentarlo ya abandonó la situación que se presentaba, mientras que los más valientes lo enfrentan día a día, lo miran de frente y permiten que los envuelva en su terror. La única manera de vencer tus miedos es enfrentarlos cara a cara y permitir que te atormenten. Una vez atormentado, serás capaz de navegar los climas de las adversidades y dominar el terror a tu favor.

Descubrirse a uno mismo es una de las autoexploraciones que más miedo nos produce: desnudarte ante ti mismo y juzgarte con sinceridad. Desde muy pequeño, el miedo me ha atormentado; es uno de los sentimientos que más recuerdos me evoca, y aunque esto pueda sonar un poco oscuro, quiero decirte que es todo lo contrario. Los logros que más me enorgullecen vinieron acompañados de mucho miedo, duda e incertidumbre. Sin el miedo, jamás lo hubiera logrado, jamás hubiera siquiera pensado en dar ese paso adelante. Creo firmemente que el miedo existe para enfrentarlo, pero debemos ser muy sabios para saber cuándo y cómo.

Recuerdo vívidamente una de las primeras veces que tuve un encuentro frente a frente con este sentimiento. Lo había sentido muchas veces antes, pero nunca me había atrevido a enfrentarlo. Yo era muy pequeño, apenas comprendía algunas cosas de la vida. Me estaba mudando del lugar donde vivía y recién llegaba a la Ciudad de México para entrar al kínder; sí, era demasiado pequeño. Cambiar de ambiente, de casa, dejar atrás a mis amigos, la idea de hacer nuevos amigos y todo esto que escuchaba y que en realidad comprendía muy poco me provocaba entrar en un estado de confusión y pensamientos incómodos para lo que yo podía controlar. Muchas de las cosas ni siquiera me hacían sentido aún. El primer titán al que me enfrenté era uno con el que todavía hoy en día tengo batallas ocasionales, y a medida que crezco, también crece él.

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Mi madre y yo

Era un día normal, ya me encontraba en la Ciudad de México y todo era diferente. Mi mamá me vestía como de costumbre a esa edad, y mientras lo hacía, recuerdo que me decía que debía verme muy guapo, pues iría al kínder para hacer mi examen de posicionamiento, o admisión o algo así por el estilo; sin duda, viéndolo desde esta perspectiva ahora sé que lo que me hicieron fue un examen de psicología y personalidad. En ese entonces, yo no podía dejar de pensar o sentir para qué rayos querían hacerme un examen, de qué rayos servía analizarme. Sé que yo ni siquiera sabía quién rayos era, y nunca me había visto en la necesidad de compararme con nadie para ver en qué "nivel" me encontraba. Me llenaba de incomodidad pensar en que ese examen saldría mal y no sería suficiente para nadie, que después de ese examen mi vida cambiaría por completo porque alguien que nunca me había visto ni me conocía en lo más mínimo evaluaría mi personalidad y nivel. Aunque yo era muy pequeño, sabía que esa persona solo arruinaría mi libertad de crecer sin ningún juicio, que a partir de ese día tendría que compararme con otros y de cierta manera competir. Hoy puedo describir ese sentimiento, pero en ese entonces eso mismo era: un sentimiento de incomodidad y desacuerdo. Ese miedo me hizo tomar una decisión muy drástica a esa temprana edad, una decisión poco pensada pero que hasta hoy en día mantengo firmemente. Nada ni nadie va a cambiar mi identidad; nadie me va a calificar y aquel que se atreva siempre se equivocará porque cada día que pasaba, yo me daba cuenta de que podía hacer cosas diferentes, podía tomar decisiones distintas y un día ser un vaquero y al siguiente un astronauta. Mi imaginación voló, mi manera de enfrentar ese miedo despertó en mí un sentimiento de rebeldía y astucia para expresarme aleatoriamente e improvisar en cualquier juego. Incluso aprendí a detenerme antes de contestar y tratar de pensar en qué es lo último que esa persona esperaría que contestara. Ese miedo me impulsó a ser yo, a acertar de maneras que jamás pensaría pero también a equivocarme brutalmente en la vida en muchas cosas.

Para cuando llegué a primaria, yo ya era todo un pequeño maestro para salirme con la mía. Sabía perfectamente qué decirle a mis maestras y a los responsables de la escuela en la que iba para que les pareciera simpático e interesante. La verdad es que en esos días aún no desarrollaba ningún sentimiento de explorar los sentimientos de la maldad; esos llegaron más adelante y son otra historia que contar. En esa oscuridad encontré los momentos más bellos de luz. Inocentemente, yo usaba esa habilidad que todavía seguía desarrollando para cosas muy buenas: caer bien a mis compañeros, tratar de responder mis tareas de maneras creativas, buscar hacer reír a las personas, incluso decir algunas cosas que mis maestras de primaria, aún hoy, a mis 30 años de edad, me han recordado que dije; cosas que las llego a mover mucho en su corazón. Sin duda, esa habilidad me trajo muchas cosas buenas. Cuando veía a todos los niños haciendo lo mismo, me desinteresaba y buscaba qué podía hacer diferente; si todos jugaban fútbol, yo decidía meterme a natación; si todos se juntaban a comer en grupitos grandes, yo me aburría y prefería vagar por el patio y platicar con las personas que veía solas. Hacer esto me hizo hacerme de muchos amigos, sí, muchos, pero fueron muy pocos con los que en verdad creé lazos fuertes, y con ellos sigo compartiendo mis palabras y tiempo hasta hoy en día.

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Mi hermano mayor y yo

Separarme de la “manada” molestó a algunos de mis compañeros; era como si los niños empezaran a formar clanes y por yo hablar con unos y con otros fuera un traidor en los grupitos. A esa edad, eso me parecía absurdo: ¿por qué no puedo hablar con alguien solo porque a esta otra persona le cae mal? Y yo veía cómo los niños obedecían a esa persona que me acusaba de ser un traidor; ellos, por miedo, obedecían al niño más “fuerte” de ese grupito, y personas que yo en verdad creía mis amigos empezaban a hablar mal de mí también, a insultarme con cosas muy personales que posiblemente sus papás les habían enseñado, porque eran cosas que ni yo comprendía. Empecé a sentir un miedo de una magnitud que pensaba no volvería a sentir. Risas burlonas me rodeaban, insultos infantiles y niños susurrando nublaban mi vista. ¿Acaso ser como soy me impediría ser amigo de esas personas? ¿Acaso ser como soy significaba no ser parte del rebaño de niños que idolatraban a otros solo por ser fuertes o tener la lonchera última edición de los Power Rangers? ¿Acaso ser como soy y pensar como lo hacía significaba que tenía que oprimir mi manera de pensar y actuar como todos los demás?

Y ¿qué tiene que ver todo esto con el mar? Ya llegaremos a ello, no se preocupen.

Uno de esos días en los que sonaba la chicharra y todos los niños salimos al patio, decidí platicar con dos amigos que constantemente sufrían bullying por este grupo de personas que yo también consideraba mis amigos. Yo era muy inquieto y me parecía absurda la idea de sentarme con las mismas personas todos los días, así que me atrevo a decir que conocí muy bien a muchas personas, pero también fui juzgado de todos lados como el “raro” que brincaba de grupo en grupo. La verdad es que lo hacía porque en cada persona encontraba atributos interesantes; todos eran tan distintos y tenían cosas increíbles que contar. Claro que esto molestó a algunas personas, generalmente a esos que se creían los “líderes” de esos clanes de niños.

Mantendré el anonimato de todas estas personas porque muchos han cambiado para bien y otros para mal, pero entre los que conocemos y vivimos la historia, sabemos perfectamente de quiénes hablamos.

Este grupo o clan de niños decidió lanzarle una lonchera a uno de los niños que yo consideraba mi amigo. En el momento que intercedí para tratar de calmar las cosas porque yo me consideraba amigo de ambos, me di cuenta de que en realidad esos que decían ser mis amigos no lo eran (sentimiento que fue y vino muchas veces con ese grupo de personas). Al intentar defenderlo, me convertí en el objetivo de todas estas personas. Las risas regresaron, los insultos infantiles por este grupo de borregos seguían y ahí descubrí algo de lo que no me creía capaz. Uno de los niños intentó tomar mi cuello con su brazo y bajarme para hacerme una palanca en el cuello y generarme dolor. Inmediatamente, esa creatividad y el impulso a no dejarme juzgar se convirtió en un sentimiento de defensa propia. Tomé el brazo que sostenía mi cabeza, pisé los pies de ese compañero y me impulsé con todas mis fuerzas hacia el lado. Esa persona cayó al suelo, me solté del agarre que sostenía mi cabeza, arañé la cara de la persona y le di un buen manotazo en la cara.

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Yo

Después de este suceso, me sentí terrible. Todos los niños ahora se reían de esa persona que parecía ser el “líder” y se encontraba en lágrimas en el suelo; todo mi cuerpo temblaba lleno de miedo y adrenalina, sabía que lo que había sucedido no estaba bien. No sentí ni un gramo de orgullo en ello. Fuimos llamados a la sala del director de la escuela para contar lo sucedido. Cuando conté la versión de mi historia, el director me dijo unas palabras que jamás olvidaré: “Escoge bien a tus amigos. Lo que hiciste no está del todo mal, pero tampoco está bien. No te dejes influenciar por la maldad de los demás y usa tus talentos para hacer cosas buenas”. A pesar de estas palabras que me marcaron tanto, no fue ni la primera ni la última vez que me peleé. De cierta manera, todo cambió después de ese día. Había niños que me felicitaban por poner en su lugar a esa persona, había otros que empezaron a hablarme, pero que noté que solo lo hacían porque ahora buscaban refugiarse conmigo, cosa que hasta hoy en día detesto: la cobardía expresada en su totalidad. Niños hipócritas que se decían mis amigos pero después hablaban mal de mí a mis espaldas, niños cobardes que jugaban una estrategia muy rara para obtener poder. Esto sucedió mucho a lo largo de los siguientes años.

Poco me importaba porque descubrí una de mis más grandes pasiones: la música. En ella, yo podía pasar horas navegando en internet buscando cosas nuevas que escuchar o tocando y aprendiéndome canciones. Sin duda, la música me salvó de muchísimos miedos. Escuchar rock y funk me llenó de rebeldía; leía las historias de los artistas que más admiraba, y estos me llenaban de ideas locas. Todos ellos tenían cosas con las cuales me identificaba, pero ahora, en lugar de querer huir de eso, me parecía tan interesante que fuera de las distinciones de grupos había otros grupos con similitudes que podía apreciar y respetar.

Esos años de rebeldía me dieron mucho; no era una rebeldía negativa, era una rebeldía muy bien pensada; podía ser cómico, atento y querido por muchos amigos, pero cuando fijaba mi objetivo en salirme con la mía, lo lograba con destreza.

El ambiente de mi escuela era uno extremadamente pesado, una escuela donde solo había niños; sí, así es, solo éramos niños del género masculino. La competencia entre grupos de amigos y generaciones era palpable en todos los sentidos. Vivíamos en la ley de la selva: molestar o ser molestado. Tengo que aceptar que era muy divertido echar carrilla entre todos; a veces, era todos contra todos, y a veces, era todos contra uno. Cuando todos nos molestábamos entre todos, me parecía un convivio muy divertido y balanceado; al final, la mayoría de las veces acababa en risas y diversión. Aunque no siempre fue así; a veces, se nos pasaba la mano y las cosas se salían de control. En la mayoría de esas veces, traté de disculparme si alguien salía molesto o lastimado. En algunas ocasiones, no lo hice, pero hoy en día me atrevo a decir que con las personas que fui injusto, he saldado mi deuda.

Dentro de toda esta carrilla, había personas que no lo hacían con la intención de divertirse y dar una buena batalla entre amigos; había personas que lo hacían desde un lugar de superioridad y maldad. Esas personas se convirtieron en mi principal objetivo. Me atrevo a decir que contaba con la destreza verbal como la física para poder enfrentarme con cualquier niño de esa escuela; ni siquiera los mayores me daban miedo. Comencé a encontrar gran placer en molestar a esos niños que se dedicaban a molestar a los que eran menos fuertes que ellos. Entre mayor era el reto, más me atraía provocarlo, y con el paso del tiempo, esto se hizo notorio. Incluso niños de otras escuelas comenzaron a retarme, y algunos cobardes que se decían ser mis amigos utilizaban mi nombre para generar miedo entre los niños de mi edad, cosa que la verdad también detesto: esos cobardes hablando por mí y creándome una mala fama. Acepto que molesté y me pasé con algunos de mis compañeros, pero también reconozco que fueron muchísimos más los que, en mi parecer, se lo merecían. Esto me trajo mala fama, pero también los amigos que se mantuvieron conmigo ante las buenas y las malas son personas llenas de bondad e increíbles personas que conocen estas historias perfectamente.

Entre más crecíamos, estas riñas se volvían más serias, las peleas más peligrosas y los oponentes mucho más fuertes. Defendí a amigos que los molestaban por ser pequeños, me peleé por amigos que los molestaban por ser afeminados, defendí a muchos que también no merecían ser defendidos. Fue después de una pelea muy seria en la que me vi envuelto que decidí alejarme completamente de la agresividad y los encuentros físicos. Comencé a entrenar artes marciales y canalizar toda esa energía en el deporte. Sin duda, en ese camino de las artes marciales, aprendí uno de los caminos más valiosos por el cual rijo mi vida completamente: el camino del guerrero. Aprendí a escoger mis batallas y pelearlas con dignidad.

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El Ratón Rodríguez

Y bueno, con todo esto dicho, seguro te preguntarás ¿dónde rayos está el mar y los animales marinos y todo esto de lo que en verdad quiero hablar?

El mundo del océano es uno donde la historia de la Ilíada y la Odisea y las historias de Homero se repiten constantemente. Es un lugar donde las guerras mitológicas se desenvuelven en el presente, donde las fuerzas más positivas y bondadosas buscan encontrar una solución enorme a los problemas medioambientales y mundiales mientras existen los titanes de la destrucción y la representación de toda la maldad. Es un lugar donde la gente navega con máscaras, donde los piratas en verdad son los buenos y los malos parecen ser aceptados por toda la sociedad. El océano es uno en donde los líderes más corruptos y maliciosos llevan a todo el rebaño engañado y trabajando para sus propios fines, donde la maldad tiene un rol extremadamente poderoso.

Los titanes del océano están saqueando a este en todos los sentidos. La pesca industrial está alimentando a millones, pero llevando a todos a su perdición; la minería submarina quiere romper las profundidades y destruir lo no conocido, quitándonos toda esperanza de salvarnos, solo por mencionar un par. La ignorancia del rebaño siempre está viendo por su propio bienestar y le da miedo actuar con rectitud, por miedo de ser juzgado por las masas. Son pocos los valientes que se atreven a actuar con la verdad. De cierta manera, todos conocemos de manera general lo que podemos hacer por cambiar y mejorar nuestra relación con el planeta, pero somos millones los que nos ocultamos entre el rebaño para seguir actuando con cobardía.

Los titanes de la maldad se revuelcan en los beneficios de lo inmediato, sin darse cuenta de que sus propios hijos y nietos morirán por sus acciones. Pero poco a poco vamos despertando los que pensamos diferente, los que nos atrevemos a ser nosotros mismos y más a pensar por nosotros mismos. Cada día somos más los que no nos dejamos influenciar por lo inmediato y marchamos a paso seguro para enfrentarnos a estos titanes. Agradezco rodearme de amigos firmes a la misión, dispuestos a dar todo para lograr que el rebaño escuche el grito de la caída del titán y juntos cambiar el destino que muchísimos científicos ya ven como imposible solucionar. Los millonarios construyendo bunkers, los que menos tienen quedándose sin agua y recursos. ¿Crees que esos titanes te van a salvar cuando todo esté peor o van a ver cómo te ahogas con el polvo ya que agua no habrá?

Los he visto a los ojos, y en sus ojos no hay emociones; en sus ojos no hay miedo, pues ellos ya aceptaron lo que son. Son los que han estado dispuestos a eliminar a cualquiera que se les enfrenta sin remordimiento alguno. Me aterra solo pensar que a estos titanes nos enfrentamos, y ese terror me atrae insaciablemente. Pues miedo a la muerte no le tengo, así que no tomaré como opción morir, paralizarme y dejar de luchar por lo que creo que es justo. No sé qué pueda suceder en esta lucha, pero estoy completamente seguro de que me enfrentaré a estos titanes por lo que es justo y correcto. Las malas acciones traen malas consecuencias; la naturaleza, que siempre regresa a su estado original, se encargará de dar el golpe final.

Nada más aterrador que saber que estás en la batalla final; el miedo que me inunda día a día es saber que tengo que pelear y no morir, que tengo que pelear y ganar, pero si llegara a perder, lo hice con todas mis fuerzas y convicción, pues si no moriría sin haber muerto.

Este es el mundo en el que vivo, el mundo que he aprendido a amar y respetar, el mundo que me ha enseñado tanto y que todavía me da muchísimas lecciones todos los días.

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Volando el dron

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El Titán de la destrucción - Alonso I. Rodríguez de la Parra

"Los he visto a los ojos, y en sus ojos no hay emociones; en sus ojos no hay miedo, pues ellos ya aceptaron lo que son. Son los que han estado dispuestos a eliminar a cualquiera que se les enfrenta sin remordimiento alguno. Me aterra solo pensar que a estos titanes nos enfrentamos, y ese terror me atrae insaciablemente"

Alonso I. Rodríguez de la Parra

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