La Danza del Océano
Manta Gigante - Alonso I. Rodríguez de la Parra
En la lejanía, veo cómo los rayos de luz atraviesan la superficie del agua y, entre amarillos y azules celestes, estos viajan a las profundidades y se pierden en un azul marino que luego se convierte en un negro azulado muy único. Sentado en el borde de un risco del pináculo sumergido de Roca Partida, estoy a 32 metros de profundidad, admirando el infinito azul que se presenta frente a mí, viendo cómo, a mis pies (o aletas), hay un fondo que parece casi interminable. Es el cuarto buceo del día y la noche se acerca con el pasar de los minutos. En esta ocasión, solo estoy buceando con mi amigo Ernesto y Nico; ya que llevamos 5 días de buceos muy intensos y el resto del grupo decidió descansar. No puedo dejar de pensar que tengo esta roca en medio del océano Pacífico sola para mí, ya que, aunque estoy acompañado, debajo del agua es como estar solo, nadie puede hablarte y dentro de tu mente solo estás tú, libre de hablar contigo mismo sin interrupciones; los sonidos toman formas peculiares y es casi imposible distinguir de dónde vienen las cosas. Sumergido, todo se siente diferente.
Roca Partida - Alonso I. Rodríguez de la Parra
Y, aunque quiero nadar y buscar vida alrededor de esta roca, decido no hacerlo; son pocas las veces, sino es que nunca, cuando uno puede sentarse y relajarse en las profundidades, observando la puesta del sol desde tremenda profundidad.
Tiburón de punta blanca - Alonso I. Rodríguez de la Parra
Es común ver agregaciones grandes de tiburones punta blanca en este lugar; de vez en cuando, llegan uno o dos y se acercan con curiosidad a ver qué estoy haciendo. Ellos están acostumbrados a ver buzos, así que tienen mucha confianza y la cercanía me pone un poco los nervios en punta; estoy completamente seguro de que ellos no me morderán ni presentarán un comportamiento hostil; estos animales son pura paz, residentes de este pináculo y siempre dando la bienvenida de manera pacífica y sutil, se mueven gentilmente bajo el agua.
Pasan los minutos que aquí debajo se sienten mucho más largos que un minuto normal; el tiempo pasa diferente cuando estás en paz y calma, y eso es lo que el océano provoca en mí. Y en esta hermosa espera sucede algo que jamás olvidaré, algo que me llenó de una energía abundante y mucho entusiasmo por seguir explorando. Comencé a escuchar el sonido de un chelo en la lejanía, un chelo sumergido, que con el pasar de los segundos comenzaba a intensificarse. De pronto, un violín aparecía en otra zona de mi periferia auditiva, y otro y otro. Podía distinguir 4 melodías simultáneas sucediendo de manera armónica. Esto no era un cuarteto de cuerdas, pero era un grupo de ballenas jorobadas comunicándose bajo el agua. Era un concierto indescriptible, un coro anglicano mezclado con cantos gregorianos, una sección de cuerdas y metales; en verdad, no podría describir lo que estaba escuchando. Pero sin duda, el mejor concierto al que he asistido en toda mi vida. Los sonidos variaban en crescendos largos entre dinámicas sutiles y altas, rítmicas originales y hasta patrones percusivos; persuasivos, pues mi atención estaba completamente en el sonido, el azul que se oscurecía lentamente y los rayos de sol que ahora brillaban con más fuerza entre rojos, naranjas, amarillos y azules.
Ballena Jorobada - Alonso I. Rodríguez de la Parra
La aguja de mi indicador de aire bajaba lentamente, acercándose cada vez más a mi reserva de aire; muy pronto iba a ser hora de salir. Pero entre más avanzaban los segundos, el concierto seguía intensificándose y aunque las ballenas jorobadas no estaban en mi campo de visión, yo sabía que estaban cerca, pues ya no solo eran los cantos que escuchaba, sino que podía sentir las vibraciones en mi pecho. Y en sincronía con el universo, en una sección de este concierto, sentí vibrar todo mi cuerpo y de un segundo a otro me encontraba rodeado del espectáculo más hermoso al que he asistido; peces diversos empezaron a ocupar el espacio entre el azul y los rayos de luz, cientos de tiburones punta blanca nadaban alrededor de mí, pasándome por todos lados, por la espalda, por los pies, por la cabeza, a mis costados; estaba rodeado de la magia pura de la naturaleza. Una obra en puesta que ni el mejor coreógrafo del mundo pudo haber montado, la perfección en cada movimiento de cada ser que compartía el espacio conmigo.
Ballenas jorobadas - Alonso I. Rodríguez de la Parra
Afortunadamente, en estos momentos siempre tengo a mi gran compañera conmigo, mi cámara de fotos y videos. Pude capturar muchas imágenes y clips de este momento, pero la escena del momento solo vivirá en mis recuerdos. Y aunque quería capturarlo todo, me parecía más interesante vivir el momento y apagar la cámara.
Los antiguos guardianes - Alonso I. Rodríguez de la Parra
Llegó el momento en el que mi aire se acababa y tenía que comenzar a ascender lentamente; siempre recordaré esa parada de seguridad que hice de 7 minutos para aprovechar al máximo esos últimos momentos. A 5 metros de profundidad, esperé viendo al fondo y a todo mi alrededor, despidiéndome en escena de este magnífico lugar, prometiéndome a mí mismo hacer todo lo posible en mi persona por proteger la belleza del océano.
Otro tiburón de punta blanca- Alonso I. Rodríguez de la Parra
Algo tan bello como esto no puede echarse a perder con la corta existencia de una especie como los seres humanos, y aunque quiera salvar este lugar, me doy cuenta de que es completamente lo contrario; debemos cuidar el océano para que este nos salve a nosotros. Quienes estamos en riesgo somos nosotros; el océano nos borrará con su oleaje o nos impulsará a seguir surfeando y viviendo rodeados de su belleza.
Alonso I. Rodríguez de la Parra
La danza del océano - Alonso I. Rodríguez de la Parra